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miércoles, 12 de noviembre de 2014

Que se vayan ellos

Todo esto es más sencillo que como lo plantean: usted tiene una familia, usted tiene un piso. No importa que esté pagando el préstamo al banco o que lo tenga hipotecado, el caso es que, de momento, el piso es suyo. Como es lo lógico, en él se aloja su familia, y toda ella disfruta de la posesión, con unas normas, digamos, de convivencia. Hay partes del piso que son más utilizadas por todos: salón, cocina, comedor, cuarto de baño, etc., mientras que de otras disponen más unos que otros -por razones obvias-, como son las habitaciones. Esto no quiere decir que el ocupante (no un okupa) de una habitación vaya a hacer en ella y de ella lo que quiera y le venga en gana. No. Estará obligado a seguir esas normas, a las que nos referíamos más arriba. Sencillamente porque la habitación no es de su exclusiva propiedad, sino que es de todos, aunque él sea de los que más la utilice. Por tanto, no se le ocurrirá a ninguno de los miembros de la familia querer separar su habitación de las demás dependencias del piso. Eso no puede ser, porque físicamente es parte de un conjunto y, además, porque no es de su propiedad. De insistir en su postura, nos encontraríamos con un conflicto interno familiar grave, y más si en nuestro caso -que no lo habíamos dicho hasta ahora- la habitación está compartida por cuatro hermanos, pues estamos hablando de una familia más que numerosa.
Ciertamente, la convivencia de cuatro personas en la misma habitación puede ser complicada, pero para eso están las normas que se elaboran, para que se cumplan. Ahora bien, si el díscolo insiste en querer separar la habitación -que repetimos físicamente, imposible- del resto del inmueble e imponer su voluntad, no ya sólo a los otros compañeros de cubículo, sino a toda la familia, tiene una clara y única opción: marcharse él. Así de fácil: coger sus propiedades, si es que las tiene -porque puede considerarlas suyas, cuando, en realidad, son de todos-, y emigrar. Esta acción le reportará muchas experiencias: la dureza de la emigración, el dolor de verse rechazado por otros, el padecimiento de necesidades y un muy largo etcétera... Seguro que la familia, que se queda en casa, sentirá una gran pena, pero confiará en el retorno a la cordura del hijo pródigo. Si no...