Está el país
atravesando un grave momento, pero, quizá, lo peor de todo es que nos estemos
acostumbrando a ver como normal lo que, en la realidad, es lo más anormal. Es
preocupante que los ciudadanos passesemos de todo ello. La costumbre, a la que
nos están acostumbrando –valga o no la redundancia- los políticos es demencial.
Tomamos como normal lo que hace unos días nos escandalizaba y tiene que
acontecer algo muy fuera de lo habitual para que nos asustemos o tomemos
conciencia del hecho.
Así, no nos
extraña lo más mínimo el que los asesinos etarras asistan a las facultades
universitarias para dar conferencias. Solo eso nos faltaba por ver y oír. Pero
cierto. Un etarra que mató a dos policías en Vitoria ha sido invitado a la Universidad
de esa ciudad para conferenciar sobre la situación de la salud de los presos
etarras. Hay, sin duda, otros lugares en dónde exponer el asunto y puede que de
manera más efectiva para ellos. Pero, no, ha tenido que ser en la Universidad,
para más y mayor escarnio para las víctimas, que han contado con escaso apoyo
civil e institucional ninguno. Solo hay que ver la actuación de las autoridades
universitarias vascas. Cero patatero.
Tampoco nos
extraña que unos jóvenes iraquíes, a plena luz del día, oculten con cemento en
las Ramblas barcelonesas el
recordatorio por las víctimas de los atentados terroristas cometidos en ese
lugar en 2017. Los jovencitos, que fueron detenidos, ya están en libertad con
cargos por delito de odio. Tan frescos, oigan. Se la suda.
Como se la suda
a los de laPesoé de Sánchez, que continúan negociando con
los golpistas republicanos catalanes, que le imponen al presidente en funciones
de Gobierno, Sánchez, la hoja de
ruta para la resolución –eso dice- del “conflicto político” en Cataluña, que no es otra cosa que la
pretensión de realizar otro Golpe de
Estado por parte de las familias políticas, pero mafiosas, de los
golpistas. Todos ellos viven del Presupuesto,
y así quieren seguir, con la connivencia de los socialistas todos. Y parece
como que es todo normal. Nos estamos acostumbrando.
Como si en unos
días nos encontramos haciendo turismo a los delincuentes golpistas. Parece que
nos da igual; nos estamos acostumbrando a que puede ser cierto. Que para eso
nos habíamos ahorrado un juicio de cuatro meses. Si todos los que gestionan las
prisiones catalanas donde se encuentran encerrados los golpistas pueden decidir
si los ponen o no en libertad. Que será que sí. Un escandalazo, cierto, peo ya
lo estamos asumiendo –desde el día mismo en el que el fray Bailón socialista pidió su indulto-, y terminaremos
acostumbrándonos.
Como el que el
actor Bardem, y con él toda su
familia de pelagatos, insulten a diestro y siniestro por sus actuaciones del alcalde
de Madrid, Almeida, por no querer combatir la contaminación en la ciudad –eso
dice el actor-, cuando él tienen un coche que contamina por un tubo y su esposa
–la también actriz Penélope Cruz- se
forra anunciando los cruceros por mar, cruceros que cada cual produce más contaminación
que treinta ciudades. Pero es que son los Bardem, los actores. Estamos
acostumbrados.
Como
acostumbrarnos a que los comunistas podemitas de elPabloManué, ante las graves acusaciones de dos de sus exabogados,
den como única explicación que el que fue despedido lo fue por acoso sexual grave
–de la abogada no dicen nada- y que es un personaje invalidado. Y ya está. Y no
pasa nada. Y Sánchez tiene al podemita como su socio preferente para gobernar
España y a los golpistas y etarras como socios en su investidura. Cuestión de
costumbre. Malo.