Si hasta los güitos nos tienen los golpistas a los que no estamos allí, imaginarse pueden hasta dónde los tendrán a los que por obligación o devoción -o ambas cosas a la vez-tienen que vivir allí. No es de extrañar, pues, que las gilipolleces de estos miserables independentistas, como son los lazos amarillos, estén comenzando a chirriar por todas partes. ¡Qué cansinos! Y, claro, lo poco de esta gentuza, ya desagradable de por sí, está empezando a enfadar al personal, que, día, tras día, tiene que soportar este supremacismo secesionista, colocando los plásticos por todas partes.