Traductor

Buscar en este blog

miércoles, 17 de agosto de 2016

El pastor marroquí “buscatesoros” de Zamor



La necesidad y la ilusión lo llevaron a excavar un túnel, que se convirtió en su propia tumba.
Apuntalaba el hueco con neumáticos de vehículos y accedía a él con una escalera de cuerda



Lo que no se imaginaba este marroquí, anónimo, de treinta y ocho años, era que el túnel que excavaba para salir de la miseria se iba a convertir en su propia tumba. La necesidad y la ilusión -y seguro que también un poco de avaricia, como humano que era- lo impulsaron a emprender la excavación de un túnel, al final del cual esperaba encontrarse con una recompensa, un tesoro. Allí, bajo la tierra, soñaba, estaba la salvación de su familia de Marruecos, el fin de la miseria. Lo único que el túnel le proporcionó fue su muerte y su propia tumba. Durante más de un año, y con la complicidad de un amigo, excavó como una hormiga, prácticamente a mano, diez metros bajo tierra, para llegar a su propio final.

Allá en Castilla, a donde al Rey se le olvidaba, una plaza fuerte existía, a su hija Doña Urraca dio como herencia. Hasta allí llegó también nuestro marroquí, a cuidar ovejas, a pastorear rebaños, a muy pocos kilómetros de la ciudad “bien cercada”, desde donde se trataba de impedir -en antiguo- el paso a las huestes de Almanzor. Valderrey se llama el paraje, donde se encuentra la ermita del mismo nombre, con su Cristo, al que los zamoranos visitan dos veces al año, en sendas romerías: la festividad del Cristo de Valderrey -el domingo siguiente al de Resurrección- y en la de La Hiniesta, cuando la patrona de la ciudad y de su Ayuntamiento, la Virgen de la Concha, regresa de visitar a su prima la virgen de La Hiniesta, el primer lunes de Pascua de Pentecostés.

Cierto que la diminuta imagen de La Hiniesta fue hallada -cuenta la leyenda- entre las matas -que le dieron su nombre a la virgen, igual que al pueblo donde es venerada-, probablemente rescatada y escondida por algún devoto en evitación de su destrucción por los invasores árabes. Quizá el emigrante marroquí oyó – o quizá alguien se lo contó- que por la zona podría haber un tesoro oculto por la misma razón que oculta estuvo la virgen. El hombre, ignorante e indocumentado, se lo creyó y comenzó la búsqueda, animado por la recompensa con la que sacar y salvar a su familia de la miseria.

Cuentan las crónicas que estuvo más de un año cavando y excavando, llegando a hacer un túnel de hasta diez metros de profundidad, al que accedía por una escalera hecha de cuerdas. El orificio excavado apenas tenía una anchura, en algunos tramos, de tan sólo sesenta centímetros, y, el pastor había utilizado neumáticos de vehículos para apuntalar el hueco de la “mina”, en la que al final de la misma encontraría su muerte “dulce”, dicen, por narcotización, por la falta de oxígeno en el interior del agujero.

El rescate del cuerpo del pastor marroquí de Zamora resultó complicado, pero se resolvió en cuestión de horas -cuando él excavó mucho menos en año y medio- con dos máquinas excavadoras, aunque el último tramo se tuvo que realizar a mano. Cuando los operarios llegaron al final del túnel no hallaron tesoro alguno, tan sólo encontraron el cuerpo sin vida del pastor, que murió sin hacer realidad su ilusión de cambiar el destino de su familia, en tierras marroquíes. Al menos, lo intentó. Descanse en paz el pastor, al que se le recordará como el “buscatesoros” de Valderrrey.

Los que seguro que concluirán su empresa con mejor final son los “cazatesoros”, estos, sí, profesionales ellos, el uno alemán y el otro polaco.  Andan en busca del tren perdido. Puede que no encuentren nada. Pero, lo único que van a arriesgar es una pequeña fortuna, no sus vidas. Si dan con el tesoro del legendario tren que los nazis cargaron en la Segunda Guerra Mundial con más de trescientas toneladas de oro y otras muchas lindezas, además del botín alcanzarán la gloria. Las tierras polacas los esperan; al pastor marroquí, buscador de la fortuna sólo su familia y el olvido.