Cuesta, sin duda, subir a esta atalaya del Mont Blanc. Una vez arriba, hemos logrado desasirnos de las garras
del pueblo, que no quiere decir que a las faldas, aquí, no haya pueblos; también
los hay, muy bonitos, sí, y huelen a pueblo, de lo que se habría sorprendido el
mismísimo Manolo Escobar. Es cierto,
sí, hay otros pueblos, en otros países, que huelen a pueblo. Lo del olor al ajo
ya es otra cosa, pero es que cada día se hacen menos sopas de esta especie de
las liliáceas, que a la abuela le resbalaba si era especie o liliácea.