Un
tren, al que han dado en llamar “El tren madrugador”, que todavía ni siquiera
se ha estrenado, se ha hecho ya más famosos que el propio Rintintín o el “Pupas”,
pero no por méritos propios –al fin y al cabo tan sólo es un tren-, sino por
demérito de sus gestores y amigos. Decían que Zamora no iba a tener tren, y
tampoco tranvía. Tranvía casi seguro que no, y tren, como diría un sayagués,
aunque las vías y el carro le llegaran hasta la mismísima puerta, “pué que
acaso". Porque el regalito, llegó por sorpresa, desde Segovia, de la mano del ministro
de Fomento.
Pero,
no era para menos: una presidenta de la Diputación, que heredó el cargo de Martínez
Maíllo, el hoy todo poderoso secretario general de Organización de laPepé, y Ana
Pastor, la segunda autoridad del país –si obviamos al nuestro Rey-, exministra
de Fomento, formaban un trío influyente. Aún así y todo, ninguno movía ficha.
Tuvo que ser el empuje popular, con más de quince mil firmas recogidas –todo un
éxito teniendo en cuenta la despoblación de la provincia zamorana- el que los
hiciera mover.
Los
zamoranos comenzaban a estar artos de estar tan artos. Parece que la flauta
sonó, por casualidad o no, pero el caso es que los zamoranos iban a tener tren,
después de ver pasar, unas veces para arriba y otras para abajo, los convoyes
de Galia a Madrid, y viceversa.
Eran
los “gallegos” los trenes a los que los zamoranos tenían que adaptarse, por
cierto, malamente. Constituía, sin duda, un agravio comparativo continuo,
además, el que los vallisoletanos, los leoneses, los palentinos y los charros
de Salamanca disfrutaran a lo grande de las “diligencias” metálicas. En los
cartelones de Chamartín salían los nombres de esas ciudades como lugares de
origen o destino; el de Zamora, como lugar de paso. En los boxes, cada uno
tenía su lugar; para Zamora, no había sitio.
Y
cuando se sorprende a los zamoranos con que sí iban a tener tren propio, con
origen y final en la ciudad, apechan de Renfe-Adif, con una muy próxima
inauguración de “El tren madrugador”, para el siete de mayo; pero, más sorprende
aún cuando este lunes colocan los precios de los viajes: sesenta y un euros ida
y otros tantos de vuelta, o sea sesenta y dos euros ida y vuelta y por persona.
Inaudito e indecente, cuando al ladito mismo, desde la capital charra la ida y vuelta se
"cotiza" a poco más de veintidós euros.
La
revolución en las redes –que no todavía la revolución social- fue de las de
primera. Algo que parecía increíble se convertía en una cruda realidad: ponen el tren para
quitarlo. Otra más de las ignominias cometidas con la provincia, quizá de las
más graves y crueles de los últimos tiempos. Son muchas las esperanzas depositadas
en ese tren para el desarrollo de todas las comarcas zamoranas en general y de la capital,
en particular. Pero, con esos precios, nada qué hacer.
Esa misma noche –así que podemos hablar de que ha habido nocturnidad- esas tarifas se
rebajan, pasando el precio por trayecto de 31,45 euros a 11,80
euros. Prácticamente veinte euros de diferencia por viaje. Así. Por eso, los zamoranos, igual que les
dicen una cosa u otra, requieren una explicación y otra más por la implantación
de los horarios, muy poco adecuados para los intereses de la ciudad y de los
viajeros, o clientes, como le ha dado en llamarlos los de Adif. Es la manera
de que Adif -Renfe y Zamora se den una
oportunidad mutua. Desde luego, los zamoranos están dispuestos a ello. Si fue
posible un cambio –no digamos ya rectificación- en las tarifas, todavía queda
la esperanza de que algo parecido suceda con los horarios. Todo es cuestión de
voluntad, aunque sea, lo más probable, una voluntad política más que comercial y social. Pero que lo expliquen y se dejen de hacer el "ridi".
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