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sábado, 27 de diciembre de 2014

El Rey, Felipe VI, cabrea por Navidad

Desde que escuché y oí el mensaje -o lo que sea- de Navidad de Su Majestad el Rey, Felipe VI, sigo indignado; cada día que pasa, más. Vaya Nochebuena que me dio; en realidad, me la amargó. Alguien dirá que qué pesado -ya lo sé- pero sigo indignado, aunque si lo quieren, en evitación de connotaciones, estoy contrariado, pero que muy contrariado, excesivamente contrariado, que sentenciaría Julián, el marido de mi madrina. Que se sepa ¡Qué le voy a hacer, cada vez que me lo recuerdo, es que peor cuerpo se me pone! Además, al día siguiente, los partidos políticos, en su mayor parte, que qué bien, que qué majo. Si hace "ná" era un crío y, como diría mi octogenaria -ya casi nonagenaria- madre, todo fueron "alabancias".
Señor juez, disculpe usted, porque escribo sin ánimo de ofender, y mucho menos de delinquir, pero -digo yo- esto que tenemos ahí en La Zarzuela, ni es rey ni es nada o su reinado no es de este país y, claro, no se entera, está por encima del bien y del mal, como que es Rey; visto así así, puede resultar todo más comprensible. Repito, señor, juez, que sin ánimo de ofender, vale, sin acritud.
Es que mire, señor juez, no se puede salir en la tele así, quiero decir que así. Es decir, a ver si me explico, o sea pues que estamos en España, hombre, y no en el país de Alicia, el de las maravillas. ¡Alá, no quería decirlo tan claro, pero lo dije! No se me ha escapado, eh. Me puede y me vence el ímpetu, caramba (por no soltar un exabrupto, del que algún día tuviera que arrepentirme).
En su alocución navideña -dicho sea de paso, con una interpretación demasiado ficticia, que se le notaba bien que no ha estudiado Artes Escénicas, y otras materias-, veía una España que va viento en popa a toda vela y no corta el mar sino que vuela y, si no, que se lo digan a los miles y miles de parados que están a "panpedir" y la corrupción, que está ahí, pero que no, que esto se acabó, y que mi hermana y su marido -esto lo pensaba, pero no lo dijo- están también, a un tiro de una piedra, en su pisito de Ginebra: ¡estos me las pagan! Esto también lo pensó, pero no lo dijo, pero casi, casi, con ganas se quedó.
Y, luego, miren que buscaba yo -con mis familiares, allegados y amigos- en dónde estaría la bandera de España -la roja y gualda- en la salita. Había quien decía que seguro que detrás de la cámara, con "el pequeño Nicolás" de abanderado. Pero ni por esas. Hasta pasados más de ocho minutos nos lo pusieron más difícil que a los niños buscar a Wally. Y la remató, Su Majestad, cuando hablaba para los catalanes -sólo de Cataluña, porque los demás, por si lo sabían, somos el resto- y les pedía que no se fueran, jobar, que aquí estamos todos muy bien y que no me entere yo -el Rey- de que alguien los hace de menos, porque si hay que pasearlos en coche para que no estén de "morro", pues se les lleva, sean delincuente o no. Y si no, ahí está el choricete Arturo, de testigo, por si hace falta. Palabrita de niño Jesús, que para eso estamos en Navidad.
Pero, sí, sí, señor juez -repito que sin ánimo de ofensa-, lo más interesante -vaya por Dios- fue lo que Su Majestad no dijo, ni tan siquiera insinuó: un recuerdo cariñoso para los asesinados por ETA, aunque sólo hubiera sido una sonrisita para las víctimas, un pequeño guiño, no más, de afecto; pero, no, eso ya se acabó: los muertos al hoyo y los familiares que se busquen la vida. Ha quedado muy claro: ahora los presos asesinos de la banda de delincuentes de ETA que vayan saliendo, como estamos viendo, con total impunidad. Y aquí no ha pasado nada.
Ya lo dije en el escrito anterior, que el Rey ha vuelto a ningunearnos y se ha quedado más largo que ancho, porque un largo alto sí que es. Usted disculpe, señor juez, todo, como vengo reiterando, sin ánimo de ofender.
 

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