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miércoles, 20 de mayo de 2015

El "niño de la maleta" quiere tocar el tambor

Miren que me acuerdo del "niño de la maleta". Y de lo primero que pidió, un vaso de agua, lo cual no es de extrañar. Vaya sofocón y vaya una claustrofobia. Pero, ya lo hemos visto en la "tele", tan contento, pensando en un primer momento que en un "ratico" estaría con su papá. El pobre salió de Costa de Marfil y, por poco, no se quedó en Marruecos, pero para siempre; porque, si el viaje en la maleta se prolonga un tiempo y unos metros más, acaso la fortuna no le hubiera acompañado, o su ángel de la guardia no habría querido saber nada más de él. Ahora está más contento que unas pascuas, más incluso que Ana, la de "Tejas verdes", cuando se supo adoptada.


Y eso que Aboud, de ocho años, sí conoce a sus padres. Ya vio a su mamá, pero no sabe cuándo podrá estar con su progenitor y los demás miembros de la familia, en Fuerteventura. Porque, por una mala pasada de tan sólo cuarenta euros, su padre no pudo demostrar que ganaba lo suficiente como para poder reclamar, con todas las de Ley, a su hijo. Por tan sólo cuarenta euros, Aboud se vio confinado en una reducida prisión, que pudo convertirse en su propio ataúd. Es muy probable que el niño no fuera -ni quizá tampoco ahora- consciente de ello. Mejor. Es muy probable que estuviera ilusionado dentro de la maleta, con llegar -seguro que tampoco sabía adónde- y que le dieran unas "chuches". Esa era toda su preocupación, las"chuches" y un vaso de agua, sobre todo, sí, por favor.
El problema vendría después, para su padre, que penando está ya, hasta no se sabe cuándo, si alguien no lo remedia. El hecho le puede costar ocho años de prisión. Ha sido un delito muy grave, con el riesgo, además, de que  se hubiera producido un desenlace fatal, irreparable. Ahora podemos sonreír por lo inverosímil del caso, porque salió bien; pero, igual podíamos estar llorando por la brutalidad del mismo, si hubiera salido mal.
Todo ha sido como una novela de la que todavía no se ha escrito el final, pero de la que tampoco conocemos el principio. Un inmigrante que logra llegar -todavía no sabemos cómo- a las islas y consigue obtener los "papeles" -queremos creer que de manera legal- y, poco a poco, va reuniendo, juntando, a la familia -tampoco sabemos cómo-, hasta que le queda por traer al menor, al que cuida su abuela, allí. La abuela, que suponemos anciana, fallece y Aboud no tiene quién lo cuide, como el general no tenía quién le escribiera. Dramático y desesperante.
Dice el abogado del padre de Aboud, que ha sido víctima de las mafias y que pagó unos cinco mil euros para que trajeran a su hijo a España, a Ceuta, pero que desconocía cómo lo harían; lo que no se pudo imaginar nunca era que lo metieran en una maleta. ¡Dios qué sofoco! Y menos mal, si todo se queda en eso. ¡Qué desesperación la del padre cuando lo supo, si no se enteró antes!
Aunque su abogado dice que en un mes todo resuelto, las cosas de palacio van despacio. Hay que ver los resultados de las pruebas de paternidad y tiene que dictaminar la Justicia. Nosotros nos creemos toda la historia, o queremos creérnosla. Es bonito, nos gusta. Pero que no sirva de precedente, especialmente por los hijos de los padres desesperados. Mientras tanto, Aboud sueña con volver a ser sólo un niño, con tocar el tambor, como otros niños.

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