Es la cantinela de todos los años, pero a medida que estos van pasando, la
cosa comienza a torcerse. En 2014 se produjeron un total de 1.688 fallecimientos
por accidentes de tráfico, superando en ocho esta cifra respecto al año 2013 -y
subiendo por primera vez el número de víctimas en once años-. Desde luego, si
no se buscan las causas, difícilmente se pueden poner remedios, en evitación de
que se produzcan estas escalofriantes cifras de muertos, que, a los que no le afectan,
son meros números, parte de una estadística, detrás de la cual existen
verdaderos dramas. Algo hay que hacer para evitarlo, o al menos reducirlos en
todo lo que sea posible.
Aquí es donde nos encontramos con las acusaciones de los unos contra los otros,
lo cual no deja de tener su aspecto positivo, si de ese enfrentamiento y discusiones
sacamos soluciones que nos puedan servir para que la siniestralidad descienda
cuanto más mejor. Mientras que para la Dirección
General de Tráfico (DGT) el gran
problema es que tenemos un parque automovilístico obsoleto, para las
asociaciones de automovilistas una de las claves está en el descenso o desplome
de la inversión en el mantenimiento de las vías, un 40% menos desde 2008 a
2012. Casi nada.
Para los automovilistas, uno de cada tres accidentes se produce por salida
de las vías, a causa del mal estado del asfalto. Calculan las asociaciones de
los usuarios que haría falta invertir más de seis mil millones de euros en las
vías, reponer 330.000 señales, repintar marcas viales de 50.000 kilómetros y revisar
el 82% de las luminarias. Otra vez, casi nada. En resumidas cuentas, que para “Stop accidentes” y DYA lo que hace falta es “un verdadero proyecto de seguridad vial”.
En esta polémica de si son galgos o de si son podencos, la DGT insiste en
que el envejecimiento del parque móvil español es evidente, y además no sólo envejece,
sino que está en mal estado. Otro de los aspectos a tener en cuenta por la DGT
estriba en el aumento de la movilidad a causa de la mejora en la economía, lo
que no deja de ser un argumento publicitario político, mientras que, a la vez, un
reproche a los conductores por utilizar más el vehículo para viajar, como si no
tuviéramos los españoles derecho a ello y a hacerlo durante nuestras vacaciones.
Y, hombre, no es eso; no volvamos a las andadas del ínclito Alfonso Guerra.
En lo que ni una ni otra parte inciden demasiado es en el número de
personas fallecidas en las ciudades, de los peatones inmersos en accidentes que
pierden la vida en las vías urbanas, que vienen siendo alrededor de trescientas.
Días atrás sugería María Segui, directora de la DGT, que se vayan implantando
en las ciudades las “Calle 30”, lo
cual redundaría en una mayor seguridad vial, favorecería el uso de la
bicicleta, se podrían crear caminos escolares seguros y recuperaríamos la sana
costumbre de caminar.
Desde luego que no está mal lo de las “Calle 30”, porque, además de lo que
apunta la señora Segui, ahorraríamos en combustible circulando a tan baja
velocidad, ahorraríamos en señalización semafórica y horizontal y también ganaríamos
en tranquilidad y, quizá, contaminaríamos menos. El problema es que todavía no
existe en nuestro país el conocimiento y concienciación precisos sobre las “Calle
30”, y eso, además de a la DGT, como ayudante e impulsora, corresponde prácticamente
a los ayuntamientos su implantación, y estos, en la mayor parte de los casos, “pasan”
de ello o, en el peor de los casos, ignoran que eso de la “Calle 30” también
existe.
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