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jueves, 26 de mayo de 2016

El arte de hacer cola

Es que eso de las colas trae cola. Muchas veces, muchas, nos vemos obligados a verle la espalda, o el cogote al prójimo -como se prefiera- o a que nos lo vean a nosotros. Porque no nos queda otro remedio, pues eso, a hacer cola detrás de alguien, que, en la mayoría de las ocasiones, no sabemos ni quién es. Pero, así es la cosa, porque es así, aunque son colas, casi siempre, normales. Es decir, que no duran mucho tiempo, como son la del supermercado, la de la taquilla del cine, la del autobús. Lo normal, lo cotidiano, vamos.
Otras colas pueden prologarse un poquito más en el tiempo, como la espera en un estadio para obtener la entrada a una final de fútbol o a un concierto. Igualmente normal, y cada día menos pendientes del listillo que se cuela, afortunadamente. Ahora bien, hay tres tipos de cola que por sus características son famosas -o lo fueron en su día- en el mundo entero.
Una de ellas se conoció, pese a las trabas del régimen para que se transmitiera información, después de la Segunda Guerra Mundial. Se producía a diario en todas las ciudades y pueblos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, o sea en la URSS, para que nos entendamos. El país de los "rojos"  más rojos con orejas, más bien con orejeras. Los pobres proletarios se pasaban horas y horas haciendo cola en las tiendas para poder llevarse algo para alimentar a sus familias, productos básicos con los que poder sobrevivir. Sólo los adictos y adeptos al comunismo estaban bien servidos y alimentados. Hasta que llegaron los de "losmacdonalds" y se dieron cuenta los rusos de que se podía comer más barato y más rápido. ¡Ven qué sencillo! ¡Adiós al estraperlo! Bueno, es que también cayó el sistema, que facilitó un poco las cosas. Aunque todavía son muy "rojos", pero esa es otra historia.
Otra cola famosa es la que se puede ver los fines de semana -y principalmente los domingos- a las puertas de los restaurantes belgas -mayormente- en los de su capital, Bruselas. Es algo así como el deporte nacional de esa gente, que, en el fondo, es muy aburrida. Son capaces de estar horas en la cola de su restaurante favorito para comer los mejillones cocidos -eso sí, cocinados de maneras varias- y su cucurucho de patatas recién fritas. Una manera de satisfacer sus ansias culinarias, dirán algunos; pero, no se equivoquen, lo que realmente les atrae de ese pasatiempo dominical es hacer cola, esperar, y que, mientras tanto, no se les cuele nadie. ¡Menuda bulla le montan al que intente colarse! Igual que la que le montan, aquí, en España, a quien osa cruzar un desfile procesional de Semana Santa, en la vieja Castilla. Ahí es donde los belgas le encuentran la gracia a la cola, a que nadie se les cuele. Todo un deporte nacional, ya digo, que tiene su recompensa, al final, en los mejillones y las patatas fritas.
Pero la cola más famosa ahora, la que está cogiendo más auge, la que está atrayendo al turismo, es la cola a la venezolana. ¡Que lo sepan! Y eso, porque nos lo ha desvelado el podemita Íñigo Errejón, elsieteMesino. Resulta que los venezolanos hacen colas interminables a las puertas de los supermercados durante horas y horas, porque les sobra el dinero. Tienen tanto dinero que no saben ni dónde ni en qué gastarlo. De ahí lo de las colas, para deshacerse del parné, que no encuentran en qué invertirlo. Además -ojo al dato, que diría José María GarcíaelButanito-, esas colas, según el becario Errejón, sirven a los venezolanos para mantener y restablecer, si viene al caso, sus relaciones sociales. ¡Jesús, Jesús! No sé si este hombre está en sus cabales o se fuma, pero ya el año pasado, casi por estas fechas, soltó tal mensaje en tuiter que todavía hay quien trata de desentrañarlo, no por nada en especial, sino por saber qué era lo que quería transmitir o si, en realidad, no era nada, o que se levantó con la cabeza loca. Este era el mensaje aún no descifrado: “la hegemonía se mueve en la tensión, entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación-Apertura.”. Están los venezolanos como para que los chuleen. Y nosotros para tonterías.

 

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