Y
comenta el turco Erdogan que ya le
puede dar gracias a los cielos -o a los infiernos, quién sabe-, por pasar lo que ha pasado en la última noche
en su país. Turquía. Para Erdogan,
sin duda, este fallido golpe de Estado
le ha venido como anillo al dedo, que se dice. Ha salido reforzado de una
crisis, que, aunque muy pocos podían prever que se produjera de esa forma, bajo
una asonada, sí se atisbaba en el horizonte una “movida” política a la turca,
por el autoritarismo que estaba implantando el susodicho y su viraje hacia el
islamismo.
Con
este golpe militar frustrado, Erdogan se va a permitir una depuración del
ejército otomano -el segundo más grande de la OTAN, después del de Estados
Unidos- con tendencia en su seno de apoyo al laicismo, y, por otra parte, la
destitución de cientos de miles de jueces, que, como los militares, se mostraban
contrarios a la deriva hacia el islamismo de Erdogan y a la corrupción de su Gobierno, que, cada día, era más
palpable.
Bien
es cierto que a estas alturas no es el golpe militar la manera más recomendable
-ni por asomos- para “destronar” a un presidente elegido democráticamente.
Pero, no es menos cierto que el malestar con la política de Erdogan -imitador
de dictador- y su deriva hacia el islamismo sigue latente, y esta intentona no
se puede interpretar de otra manera que no sea como un aviso de que el futuro de
Turquía no se puede plantear como Erdogan lo está haciendo. Si Turquía no fuera
miembro de la OTAN, y miembro importante
por su situación estratégica, y aliado de la Unión Europea, a la que pretende pertenecer como miembro de pleno
derecho, quizá el presidente turco estuviera hoy refugiado en algún país,
porque al suyo no podría haber vuelto.
Hay
que tener en cuenta que Erdogan fue elegido por el valor de los votos, en las
urnas, pero, así y todo, ahí le queda el aviso, pese a haber salido reforzado. O
cambia su manera de actuar o se puede llevar algún susto más. Sobre todo, le
han dicho claramente que el Estado tiene que ser laico y que se olvide del
islamismo en la política. Sin embargo, no olvidemos que una de las claves para
que el pueblo turco se echara a la calle y se enfrentara al ejército fue la
llamada que se hizo a los turcos desde los minaretes.
Ni
una gran parte del ejército turco, ni de la Justicia de ese país, ni la Unión Europea, ni la OTAN -por tanto los Estados Unidos también- no ven bien esa
inclinación, cada vez más fuerte, de Erdogan hacia el islamismo, y mucho menos
hacia el Estado Islámico (IS), que, en lo que algunos
especialistas consideran, está dando sus últimos estertores, y si eso es
cierto, va a morir matando, asesinando, cambiando su escenario habitual de
guerra por el de Europa, con su
ejército de fanáticos -lobos solitarios o en grupo-, que puede actuar de manera
imprevisible.
De
hecho, el Estado Islámico ha reivindicado la masacre de Niza. Con un solo sujeto ha originado muerte y dolor. De manera
barata: un presunto vendedor de helados -que ni era vendedor ni llevaba helados
a la fiesta- engañó a los policías franceses -o estos pecaron de desidia-, en
un país que se encuentra en el máximo estado de alerta. Como decíamos ayer, no
hay seguridad al ciento por ciento y que matar es fácil, pero, ahora, además,
resulta muy barato.
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