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sábado, 16 de julio de 2016

Helados para la fiesta

Y comenta el turco Erdogan que ya le puede dar gracias a los cielos -o a los infiernos, quién sabe-,  por pasar lo que ha pasado en la última noche en su país. Turquía. Para Erdogan, sin duda, este fallido golpe de Estado le ha venido como anillo al dedo, que se dice. Ha salido reforzado de una crisis, que, aunque muy pocos podían prever que se produjera de esa forma, bajo una asonada, sí se atisbaba en el horizonte una “movida” política a la turca, por el autoritarismo que estaba implantando el susodicho y su viraje hacia el islamismo.
Con este golpe militar frustrado, Erdogan se va a permitir una depuración del ejército otomano -el segundo más grande de la OTAN, después del de Estados Unidos- con tendencia en su seno de apoyo al laicismo, y, por otra parte, la destitución de cientos de miles de jueces, que, como los militares, se mostraban contrarios a la deriva hacia el islamismo de Erdogan y a la corrupción de su Gobierno, que, cada día, era más palpable.
Bien es cierto que a estas alturas no es el golpe militar la manera más recomendable -ni por asomos- para “destronar” a un presidente elegido democráticamente. Pero, no es menos cierto que el malestar con la política de Erdogan -imitador de dictador- y su deriva hacia el islamismo sigue latente, y esta intentona no se puede interpretar de otra manera que no sea como un aviso de que el futuro de Turquía no se puede plantear como Erdogan lo está haciendo. Si Turquía no fuera miembro de la OTAN, y miembro importante por su situación estratégica, y aliado de la Unión Europea, a la que pretende pertenecer como miembro de pleno derecho, quizá el presidente turco estuviera hoy refugiado en algún país, porque al suyo no podría haber vuelto.
Hay que tener en cuenta que Erdogan fue elegido por el valor de los votos, en las urnas, pero, así y todo, ahí le queda el aviso, pese a haber salido reforzado. O cambia su manera de actuar o se puede llevar algún susto más. Sobre todo, le han dicho claramente que el Estado tiene que ser laico y que se olvide del islamismo en la política. Sin embargo, no olvidemos que una de las claves para que el pueblo turco se echara a la calle y se enfrentara al ejército fue la llamada que se hizo a los turcos desde los minaretes.
Ni una gran parte del ejército turco, ni de la Justicia de ese país, ni la Unión Europea, ni la OTAN -por tanto los Estados Unidos también- no ven bien esa inclinación, cada vez más fuerte, de Erdogan hacia el islamismo, y mucho menos hacia el Estado Islámico (IS), que, en lo que algunos especialistas consideran, está dando sus últimos estertores, y si eso es cierto, va a morir matando, asesinando, cambiando su escenario habitual de guerra por el de Europa, con su ejército de fanáticos -lobos solitarios o en grupo-, que puede actuar de manera imprevisible.
De hecho, el Estado Islámico ha reivindicado la masacre de Niza. Con un solo sujeto ha originado muerte y dolor. De manera barata: un presunto vendedor de helados -que ni era vendedor ni llevaba helados a la fiesta- engañó a los policías franceses -o estos pecaron de desidia-, en un país que se encuentra en el máximo estado de alerta. Como decíamos ayer, no hay seguridad al ciento por ciento y que matar es fácil, pero, ahora, además, resulta muy barato.

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