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jueves, 5 de enero de 2017

Morir en la carretera

Sólo nos hubiera faltado que el director de la Dirección General de Tráfico nos hubiera dicho que los datos de siniestralidad en las carreteras eran buenos; pero, no, nos ha dicho que no son buenos, aunque no ha dicho que sean malos, que habría estado más acertado. Es que con 1138 personas fallecidas durante 2016, siete más que en 2015, no está el asunto como para tirar cohetes. Son muchas vidas truncadas y cientos de familias destrozadas. No se puede decir que no son buenos datos, leche, que se trata  de personas. Son realidades dramáticas.
Duro de asumir: 1138 muertos en las carreteras en tan sólo un año, sin que se haya tenido en cuenta que sólo se contabilizan como fallecidos en accidente de tráfico a aquellos que lo son dentro de las veinticuatro horas de ocurrido éste. Lo que quiere decir que son muchos más, porque muchos expiran, incluso, después de un mes del siniestro. El director general de Tráfico, Gregorio Serrano, no ha tenido la valentía de asumir esa realidad, la ha obviado, o más bien la ha ocultado. Han tenido que fallecer centenares de personas para que ahora se den cuenta desde el Gobierno de que ya es más que hora de diseñar "un buen plan" de seguridad vial, de acuerdo con los sectores implicados en el sector. Más vale tarde que nunca; no obstante, mejor habría sido prever que no tener que lamentarnos.
Como posibles causas de este terrorífico número de muertos, y el aumento de los mismos en las carreteras españolas, el director de Tráfico ha esgrimido la mayor movilidad de los españoles -entre un cinco y seis por ciento-, la antigüedad del parque automovilístico -cuya media supera los diez años-, el menor uso de los cinturones de seguridad o el exceso de velocidad.
Con una cara dura impresionante, el director de Tráfico vuelve a ignorar otra obviedad manifiesta y palpable y objetiva que se  ve con tan sólo salir a las carreteras: la infraestructura de las mismas es mayormente mala, cuando no pésima, de lo peor, y su mantenimiento y sus señalizaciones se vuelven demenciales, y en muchos casos una verdadera trampa para los conductores. De esto no dijo nada el director de las carreteras, ya sean nacionales, comunitarias, provinciales o locales, algunas de ellas verdaderamente tercermundistas. El que tenga la obligación sobre ellas, que cumpla y, si no, que se lo hagan cumplir.
Porque, hombre, que nadie dice que los conductores no tengamos la nuestra correspondiente culpa, pero cargarnos todo en nosotros ni es justo ni es honrado. Y menos, todavía, dejar entrever que nos desplazamos más y que si no lo hiciéramos habría menos accidentes. Eso ya lo dijo en su día el socialista Alfonso Guerra, y ya hace años de ello, que salíamos muchos y mucho de vacaciones. Parece que desde el Gobierno pepero no se ha evolucionado en esa idea. Salimos porque queremos salir y a donde nos apetece -por no utilizar otra expresión más dura- y lo último que nos hace falta es ese mensaje subliminal. Ya lo conocemos. Y, miren, si nuestros vehículos son más que adultos es porque no tenemos dineros para comprar otros nuevísimos, a por estrenar. Sólo nos faltaba que nos prohibieran circular con ellos cuando cumplen a rajatabla -y después de apoquinar el correspondiente canon- las necesidades técnicas marcadas en las iteuves. Ya nos gustaría, ya, estrenar coche cada año.
En lo que no se puede estar en desacuerdo con el director de Tráfico es en la irresponsabilidad de muchos conductores y pasajeros que pasan del cinturón de seguridad o de colocar a los niños en sus sillas de seguridad. Igualmente, de acuerdo, con los excesos de velocidad. Si hay que multar por esto que multen, pero que también asuman su responsabilidad, muy grave, en las infraestructuras.

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