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martes, 20 de febrero de 2018

Tabarnia y Marta, la esperanza


Cada día nos trae un nuevo amanecer. De cajón, seguro. Pero mejor eso que encontrarnos con cantidad de chuminadas, oigan, que es cada día haberlas haylas más. La última, la que nos faltaba, la de los bomberos toreros catalanes ellos. Para entrar a formar plantilla de los apaga fuegos de la Generalidad hay que estar en posesión, al menos, del certificado que acredite que el aspirante sabe hablar el catalán a la altura del nivel de un nativo de la tribu.

O sea que, como en Baleares, si no sabes no te presentes. Eso de lo de si bebes, no conduzcas. Lo revuelve “estóamagos” es que ellos pueden presentarse en cualquier parte de España, con los mismos méritos que cualquiera. Porque todavía, con eso del “buenismo” que nos caracteriza a los demás ante lahijoputez de los nacionalistas, secesionistas y golpistas, y por el qué dirán, van y les dan las plazas a estos. ¡Que no “haiga” discriminación! Así, vamos a cualquier administración de, ponemos por caso que hablamos de Castilla y León, y nos encontramos –por poner otro ejemplo- que en la Enseñanza hay profesores provenientes de comunidades autónomas tales como la catalana, la gallega y la vascuence, sin ningún otro mérito que aprobar una oposición, a saber cómo, que esa es otra.

A los aspirantes a profesor en esas tres comunidades autónomas, pongamos, por ejemplo, que es un paisano de Castilla y León, de entrada, se le exige un conocimiento “equix” de la lengua respectiva. Aún teniendo ese conocimiento, y por el mero hecho de no ser nativo de allí, se le corta de cuajo la carrera. Lo que no sucede en los casos viceversa. Los castellanos se quedan sin puesto de trabajo en uno y en otro “confin”, pero no porque no valgan para ejercitarlo profesionalmente como el que más, sino por gilipollas, por la gilipollez, pongamos, de los políticos y el Gobierno de Castilla y León.

Si indignante resulta todo el proceso de desigualdad de oportunidades, más aún cuando en el caso concreto de los bomberos de la Generalidad, que tenía que ser un cuerpo que, al igual que el de los Mocetes de laEscuadra, tendría que estar disuelto, por su colaboración en el Golpe de Estado, por su apoyo descarado a los independentistas y separatistas. Por si fuera poco, y más agravante todavía, por su comportamiento facineroso, acudiendo a las urgencias con los camiones – adquiridos con el dinero de todos los españoles- decorados con la bandera estrellada y desatendiendo a los ciudadanos que no se mostraban separatistas. Y, ahora esto, ante la pasividad de la existencia del 155, es decir de las personas que tienen que aplicarlo.

Si es que, coño, el personal se está cansando ya de tanta permisividad, de tanto delito consentido y de atisbar que algo se cuece en Dinamarca. Y, si no, al tiempo. Porque, hombre, cuando el juez Llarena comenzó a enchironar a golpistas, asemejaba que todo iba a transcurrir miel sobre hojuelas. Pero, resulta que por el tribunal de Llarena se paseó, poco más o menos, laForcadell, al igual que Marta Rovira y, más recientemente, Arturo Mas y la expresidenta de la AMI –la asociación de los municipios independentistas-, y esto ya no gusta; más bien, desagrada. Menos mal que todavía nos quedan Tabarnia y Marta Sánchez, porque de la palabra mejor no hablar.

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