Conviene aclarar, por un por si
acaso, que el Mont Blanc es el Mont Blanc, y sólo hay uno. Lo demás
son sucedáneos, que quisieran ser lo que no son y nunca podrán lograr ser. El Montblanc tarraconense –cambia mucho la
manera de escribirlo, y a partir de ahí se marca la diferencia- es un pueblo
que está porque en esta España nuestra
tiene que haber de todo, pero sus carnavales ni son famosos –aunque hoy se
hable de ellos- ni tienen gracia los que participan. No son andaluces, y sus chirigotas las realizan con mala leche o, mejor dicho, desde el
odio. Estos no saben jugar.
El Mont Blanc al que nos
referimos en esta trilogía es el único, el verdadero, el genuino, el de los Alpes. Es la atalaya por excelencia.
Desde aquí se ve lo que desde abajo es imposible. La visión, aunque sólo sea
por unos días, ha merecido el esfuerzo de llegar hasta arriba, más por ensueño
que de manera real. Es un buen ejercicio. Quizá a partir de ahora se haga más sencillo
elevarse hasta este pico desde cualquier
parte.
Seguramente los que han sufrido
los embates de la banda mafiosa etarra han ascendido, no puede ser de otra
manera, en más de una ocasión al Mont Blanc. Dese allí, ya digo, las cosas se
ven desde fuera, con otra perspectiva, tan reales como la vida misma. En el
pueblo, y desde dentro del pueblo, no se aprecian tal cual son. La visión es
más corta y la conclusión se vuelve entonces paleta.
Pero en los discursos de homenaje
a Joseba Pagazaurtundúa y Gregorio Ordóñez –ambos asesinados por ETA- se ha advertido al Gobierno de España, que no sólo tiene
un forúnculo anal con los golpistas catalanes, sino que los nacionalistas
vascos la están preparando por su parte. Una manera de cortales las alas –por no
decir otra cosa, que somos bien hablados-, es terminar de una vez por todas con
la banda terrorista ETA, que, junto a sus aliados, quieren blanquear su
historia y con ello toda la Historia.
Así han hecho los golpistas catalufos.
Otra manera es dejar de tontear
con los nacionalistas del peneuve de Urcuyu.
Estos apoyan y apoyaron a los terroristas etarras. Esos nacionalistas son unos
desleales, unos chantajistas para con el Estado. No son de fiar. Ni los unos ni
los otros. Y las provincias vascongadas no se pueden convertir en lo que ETA
quería imponer a través de las armas y persigue aún ahora con el apoyo de sus adláteres
del peneuve, que son estos en realidad. Porque, no obstante, no olvidemos, ETA existe
y tiene armas.
El filósofo Savater, como muchos estamos, está convencido de que en este
combate tiene que haber necesariamente vencedores y vencidos, y a ETA hay que
perseguirla hasta su derrota final. Ha dicho más el filósofo, ha acusado a los
peneuvistas de seguir “siendo parte de los malos todavía”, porque amparan a los
que practicaron la violencia y pretenden blanquear la responsabilidad de los
asesinos.
Recientemente el portavoz
peneuvista en el Congreso, un tal Aitor, exigía a elPresiRajoy la reprobación y la desautorización del coronel Sánchez Corbi, de la Guardia Civil, porque éste incluía en
la “banda de los malos” en la lucha contra ETA a “etarras, batasunos,
peneuvistas y la Iglesia vasca. Aitor
tendría que llevar al guardia civil ante los tribunales. Pero, no se atreve.
Nosotros emprendemos el camino de
regreso. Bajamos por la falda de la montaña, que nos ha acogido bajo una nube.
Ahí le queda el camino expedito a elPresirajoy y la atalaya completamente libre
y despejada.
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