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viernes, 16 de noviembre de 2018

Los curachos catalanes

Estos delincuentes de Arran andan a su aire, libres como el viento; vamos, como Pedro por su casa, pero en las casas de los demás. El otro día, y no fue la primera vez, embadurnan con pintura amarilla el portal de la vivienda de el juez Llarena y acto seguido hacen lo propio en una comisaría. Hoy es pintura, no extrañaría nada que la próxima puedan ser fuegos de artificio y, en la siguiente, fuego real, del que hiere y mata. Como los inútiles de los Mocetes de Escuadra son incapaces de identificarlos, que viva la Pepa. Entre tanto intimidando y coaccionando y señalando al personal.
Para el ministro de los Interiores, Marlaska -que quién lo viera y quien lo ve-, lo de estos delincuentes son poco más que chiquilladas sin importancia y que mejor es no hablar de ello, para no darle difusión a las fechorías de los delincuentes. Se equivoca el ministro. Primero, hay que condenar los hechos y, luego, darlos a conocer. Son delitos cometidos por delincuentes, los que se autodenominan pacíficos y demócratas.
Por otra parte, no se entiende, señor ministro de los Interiores, que un juez, como es el juez Llanera, que ha instruido un caso tan complicado y de tanta responsabilidad, que ha recibido escraches y amenazas y esté siendo continuamente señalado por los golpistas, los independentistas,  no tenga escolta policial. Como no se entiende que el ultraizquierdista podemita elPabloManué, la tenga las veinticuatro horas: mucho más que un ministro, siendo tan sólo un diputado a Cortes, aquel que se emociona, hasta llorar de alegría, cuando ve cómo unos manifestantes patean en el suelo a un miembro de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, de esos cuerpos que ahora lo protegen mañana, tarde y noche; a él y a su familia.
Dentro de dos días exigirán protección también los trescientos curachos catalanes, perritos falderos del abad de Monserrá, que tienen la cara dura de referirse a la Guerra Civil para pedir, exigir, que la que han liado los golpistas y los secesionistas, con su brazo armado de Arrán, se resuelva con el diálogo. Estos curachos son de los que tiran la piedra y esconden la mano. Poco le dijeron a sus admirados líderes -por cierto encarcelados unos y huidos de la Justicia los otros- que hablaran, que dialogaran. que se dejaran en paz de declaraciones unilaterales de independencia y de referéndum ilegal. ¡Que dialogaran!
Para más colmo de los colmos, exigen la libertad de los golpistas presos. ¡Tanta y más cara dura que ellos tienen estos curachos! Lo que deben exigir es que se haga Justicia, que se les juzgue a los golpistas, que quien a hierro mata a hierro muere, como dicen ellos, los curachos. Bien saben los de la clerecía que los golpistas son unos verdaderos delincuentes, que han podido arrastrar a un conflicto sangriento, sí como el de la Guerra Civil a la que se refieren y que sólo se han ocupado de una parte de los catalanes, que han dividido a la sociedad catalana, como están haciendo los curachos. Lo mismito.
Bien saben los curachos, ya digo, que los golpistas son unos delincuentes, pero no unos delincuentes cualquiera. Están acusados de rebelión, sedición y malversación del dinero público. Si eso les parece a los curachos catalanes que es judicializar la política, que venga Dios y se lo explique, que falta tienen, que las entendederas se les quedan muy cortas. Está bien hablar y orar, pero al César hay que darle lo que es lo suyo. Lo que no se puede hacer es estar rogando a Dios y con el mazo dando. 

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