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domingo, 20 de enero de 2019

Más allá del decálogo

Vaya deberes que se ha autoimpuesto el presidente de laPepé, Pablo Casado. Se ha marcado un decálogo que para él tiene. Porque, a cada nuevo asunto del "decenario", se acompaña un paréntesis, en el que  entran otras tantas medidas. Sobre todo, y en especial, volver a recuperar a los votantes que laPepé ha ido perdiendo por el camino; sin ellos, el partido de Casado no podrá llegar nunca a La Moncloa, a no ser que sea con el apoyo de las otras dos derechas: los Cíus, de Rivera, y los voxeros de Abascal.
Pero, si alguien se lo dejó difícil a Casado, y no porque fuera él, sino que es tarea ardua para cualquiera que hubiera heredado las riendas del partido, no es otro que el exPresiRajoy, que, velahí, asistió a la Convención pepera. Éste, y no otro, es el responsable directo de la pérdida masiva de votantes de laPepé, que se cifra en más de un cuarenta por ciento. Ya digo, ardua tarea para Casado por culpa de la ineptitud de un expresidente y una exVice que lo tuvieron todo, todo, en sus manos durante casi siete años y no hicieron absolutamente nada.
Si como un erial dejaron el partido, no les digo ya nada -ya lo ven- cómo dejaron el país. Ni aplicaron a tiempo el 155 en Cataluña, ni como deberían haberlo hecho. Ni se preocuparon, vaya, de que las cosas volvieran a su sitio; es más, facilitaron a los indepes la toma de nuevo del poder. Tampoco supieron hacer valer el peso de España en Europa: Bélgica, Alemania, Gran Bretaña y Suiza ningunearon al país con jueces y tribunales de chicha y nabo, que incumplieron todos los acuerdos de la Unión e internacionales e impidieron que el más chorizo de todos los chorizos rebeldes fuera devuelto a España, a la Justicia española de la que se fugó. Rajoy y su Vice sí que dejaron clara una cosa: son unos acomplejados.
Mal hizo Casado con llevar a la Convención a Rajoy. Hizo mucho mal a su partido y a España, también. Su figura recuerda lo que muchos españoles prefieren olvidar: en laPepé continúa habiendo gente del expresidente, que no hace otra cosa que amenazar a Casado, como Maroto y el gallego Feijóo, que algún día, más pronto que tarde, se aliará con otros nacionalistas y exigirá el invento separatista del derecho a decidir. Y si no al tiempo, ya lo hemos dicho.
El enemigo lo tiene Casado en casa y hasta que no dé un puñetazo sobre la mesa ahí los va a tener como moscas de entre pierna: ni hacen -obstaculizan-, ni dejan hacer. España les da igual, el partido les cae indiferente, sólo pretenden estar ahí, acomodados y con sus misérrimas parcelas de poder. Por eso, si Casado quiere recuperar votantes, que el personal regrese a laPepé, está obligado a hacer gestos significativos, como es el liberar al partido de todas estas alimañas. No valen solo los buenos propósitos, a estos hay que acompañarlos con decisiones.
Si esto lo logra Casado, deshacerse de todos esos babosos, ya tendría justificado más del cincuenta por ciento de su mandato. Quizá así pueda llegar un día a hablar con Dios desde La Moncloa e iniciar ese decálogo que se ha impuesto en la Convención y comenzar por poner orden en Cataluña, lo que no hizo su expresidente Rajoy, que se pasó la moción contra su figura en compañía de Yoniualker, sin defenderse, sin defender, una vez, a España. Y eso la gente no lo olvida y tampoco lo perdona.

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