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miércoles, 8 de abril de 2020

Los muertos muertos son

Nadie, pero es que nadie, oigan, se ha escandalizado por la foto de portada en un periódico, El Mundo, donde se inmortalizaba -valga el contraste- la tragedia del coronavirus. Se recogía en la imagen cientos de ataúdes, de fallecidos por el virus, lo que no dejaba de ser impactante, pero, a la vez, lo que no dejaba de ser una realidad, cruda y muy dura. Es la fotografía que han estado tratando de evitar los que nos gobiernan, que han puesto toda clase de impedimentos para que ninguna imagen de la tragedia se hiciera pública. Pues, miren, no. Esa imagen tenía que salir a la luz. Teníamos derecho a ella, pese a la censura. Esa imagen nos transporta a la vida real, una vida que muchos vivimos desde el confinamiento y otros la sufren cada día en sus trabajos, como los sanitarios, entre otros muchos.
Eso no se puede ocultar, no hay derecho a ello. Aquí tenemos y sufrimos una pandemia, que, como le encanta decir a los gobernantes, no distingue entre personas, ciudades o regiones y países. Pero, no pueden hacernos pasar por bobos, que esa parece ser su intención, ocultando lo que está sucediendo, lo que nos mantiene confinados y a otros jugándose la vida, minuto a minuto, en los hospitales principalmente o en cualquier otra actividad de las consideradas necesarias.
No es, por tanto, de recibo, que sólo se limiten a darnos por las mañanas el número de cifras del aumento de muertos -ya son quince mil, que se sepa-, ni la de ingresados, ni los de la UCI, ni los sanados. En efecto, está bien que no nos oculten esas cifras, pero que sean las reales, y que no se escude el Gobierno en las autonomías, que suficientes métodos tiene para averiguarlas, como, por ejemplo, los partes de defunción, a través del ministerio de Justicia.
Pero, no es ya solo esta guerra de cifras, lo que solo nos interesa. Es que podamos ver la realidad de lo que se desprende de esos guarismos. Que se dice bien quince mil muertos, cientos de contagiados, y lo que nos espera. Detrás de cada uno de los fallecidos hay una vida truncada: hijos, padres, abuelos, amigos. A ninguno de ellos los volveremos a ver más, y en la mayor parte de los casos han muerto sin una compañía de un ser querido, excepto, en algunos, la mano amiga de un sanitario en un centro médico o de un cuidador en una residencia de ancianos.
No pueden los que nos gobiernan, no tienen derecho a ello los que nos gobiernan, a ocultarnos a las víctimas de esta guerra, por mucho que ellos se piensen que sí. Por más que traten de camuflarlo y de que nos  maquillen su dureza, los muertos están ahí. Los censores no van a poder hacer nada por ellos, aunque sí pudieron -ya se verá en la salida de la crisis- evitar que muchos fallecieran, prohibiendo las manifestaciones, hoy hace justo un mes, del 8M y de todos los actos multitudinarios de esos días, como partidos de fútbol, conciertos, etc. Muchos de los que asistieron a esas concentraciones, hoy, un mes después, están sufriendo los efectos del contagio -y contagiaron a otros-, cuando no muertos.
Y cuando no llevamos ni un mes de confinamiento, la ministra de Hacienda nos sorprende y nos acongoja con que a partir del 26 de abril vamos a comenzar a transitar las calles, que se va a iniciar el principo de la normalidad. Y tiene que llegar el ministro de los Transportes, Ábalos, a desmentir a la su colega del Consejo de Ministros. Esto es muy grave, hombre, no se pueden crear falsas expectativas de una manera tan gilipollesca, y que nadie dimita. Porque, si se dan cuenta, en esta guerra no ha dimitido nadie, ni tan siquiera elEnterrador Simón, al que esperemos que la Justicia ponga en su sitio, allá en la salida.
Esto viene a recordar a la emisora de televisión, a la que el Gobierno acaba de conceder quince millones de euros de subvención, laSexta, y a su presentador el chupawáteres Ferreras, que, cuando la crisis del ébola -fallecieron dos personas y se sacrificó a un perro- se mostraba ridículamente escandalizado y exigía dimisiones de todo ministro que se le pusiera por delante. Los ministros eran de laPepé, claro. Después de quince mil muertos y más de cien mil contagiados y de un país destrozado económicamente, a semejante elemento no se le ha escuchado pedir la dimisión de nadie. Este también fue el listo que desde la SER retransmitió, con todo tipo de mentiras, los atentados del 11M. Ahí está, y nosotros aquí y con buena memoria, por cierto.

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