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lunes, 19 de enero de 2015

El Papa Francisco, mediador ante las injusticias

Ni uno, ni dos ni tres millones, si no seis y en algunos casos -según los más optimistas- siete millones de personas se dieron cita el domingo, en el parque de la Luneta, en Manila, capital de Filipinas, para asistir a la misa oficiada por Francisco, Su Santidad el Papa. Se dice pronto, siete millones. A tan solo un euro por cabeza, siete millones de euros. Me los quedo. Con esta cifra, inmensa, el Papa Francisco, bate todos los récords habidos -y seguramente por haber en mucho tiempo-, superando a Juan Pablo II, en esta misma plaza. Francisco, como siempre, tan argentino, tan dulzón él, bueno, tan Papa, sin darle mayor importancia, sin pecar de soberbia, que para eso uno es el primer sacerdote por orden de jerarquía -aunque jesuita- de la Iglesia católica, apostólica y romana.

Vamos, que el Santo Padre paralizó prácticamente la vida cotidiana de Manila, por no decir la de todo el país asiático, pues cientos fueron los filipinos que viajaron durante más de diez horas para poder ver al Papa y cientos también los que pasaron la noche a la intemperie, soportando estoicamente la lluvia y el frío, con el fin de poder vislumbrar, aunque fuera desde lejos, la endeble y delicada y frágil silueta del representante de Pedro. La fe, Padre, mueve montañas. Verdaderamente, espectacular, incluso para los no creyentes. Hay que reconocerlo. Una puesta en escena para la historia; una representación litúrgica.
El Papa, adonde va, llena. Los organizadores tienen asegurado el aforo hasta arriba, más allá del gallinero. Para ellos lo habrían deseado los "Beatles". Y cómo no, exitazo conmovedor resultó ser el acto anterior a la celebración de la misa, cuando el Papa Francisco se citó con los jóvenes, muchos de ellos venidos desde diferentes partes del globo terráqueo, o sea del mundo. ¡Si se llega a ver Francisco la cara que puso cuando intervino la niña que rompió a llorar! El Papa mudó el gesto de manera instantánea, era todo un poema su expresión. Pasó del que estaba como que hablad que os escucho a cargar con todo el peso de la responsabilidad del sufrimiento de todos los niños, representados en ese momento por la joven, que, entre sollozos, preguntaba a Francisco por qué Dios permite que haya muchos niños abandonados por sus propios padres, víctimas de cosas terribles como las drogas y la prostitución, si ellos, los niños, son inocentes.
Ahí le dolió al cura. Lo vi. Lo pudimos ver todos. La joven -sólo tiene doce años- formuló "la única pregunta que no tiene respuesta. ¿Por qué los niños sufren? [ ] Nuestra respuesta el silencio o las palabras que nacen de las lágrimas. Tenéis que aprender a llorar. Los que viven una vida sin necesidades no saben llorar". Palabra de Papa. Verdaderamente, emocionante y emotivo. Es el Papa. Nada de la a la chita callando.
Ahora bien, creo -en Dios, sobre todas las cosas, por supuesto, y en su único Hijo, Jesucristo- que no estaría demás que el señor Papa -que todavía me tiene un tanto contrariado; no he terminado de asumir, o acaso de entender, su proclama del aire, quiero decir la que hizo en el avión- al igual que no quiere que nadie hable mal de su mamá -y si no que se atenga a las consecuencias: cachete que te di, al doctor Gasbarri, que ahí me las den todas, como decía el alcalde- debería pedir también -en su caso, a quien corresponda- que, porfa, ponga igualmente límites a estas injusticias, a las que se refería la  filipina, y más: al abandono de los niños por sus padres, a la prostitución infantil, a la venta de menores, a los trabajos forzados a que son sometidos y a su preparación para la guerra. Y a otras tantas más, como por ejemplo, un límite al fanatismo yihadista, un límite a la intransigencia religiosa. Porque, señor Papa, además de todas esas cosas ilimitadas que cito más arriba, me preocupa que el líder del Frente Moro de Liberación Nacional (FMLN) filipino pueda estar de acuerdo con las polémicas declaraciones papales en relación a los asesinatos de París -injustificables, por más que se quieran disimular, como lo han sido los de los asesinos de la banda mafiosa etarra en España- por la publicación por parte de la revista "Charlie Hebdo" de las caricaturas de Mahoma. También yo soy "Charlie", y en el favicón mantengo aún el lazo del luto. Y no me importa que haya gente que se moleste por eso. Es más, en absoluto.
Ya sabe el señor Papa mi disconformidad con poner trabas a la libertad de expresión. El único límite, los tribunales. Pero, bueno, no por eso nos vamos a guardarnos rencor, ni dejaremos de hablarnos. Faltaría más. Seguiremos en contacto. Hasta que "el barredor" de Podemos nos lo permita.

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